Publicada en el país, el 28 de septiembre de 2005.

 

http://elpais.com/diario/2005/09/28/cultura/1127858404_850215.html

 

En su búsqueda, Diego Varela se cruzará con personajes variopintos que nunca son lo que aparentan, todos ellos interlocutores imprescindibles para descifrar la caótica historia que obsesionaba a su maestro, el director de cine Germán Lozano. Como embrión de su tercera novela, el escritor Juan José Flores se imaginó a un atribulado equipo de cine rodando una película en una masía, propiedad de la misteriosa Carmen Anglada. La anfitriona convive con su hijo Adrián y su cuñado Héctor, retirado director de orquesta con el que galanteó de joven. Poco a poco, se convertirán en protagonistas del relato. “Todos los personajes están entrelazados y son narradores de la misma historia. Su actitud es una metáfora de la literatura. ¿Quién es el autor de una novela? Cuando me sumerjo en un libro, transcribo cosas que llevo dentro, tomadas del cine, del teatro, de otros libros. Casi es un trabajo colectivo”.

 

Aprovechando un despiste de Varela, Adrián se adueña del preciado cuaderno del maestro. En sus páginas, se alternan dos relatos apasionantes: un romance entre un miliciano republicano y una joven barcelonesa, idilio mantenido durante años a través de apasionadas cartas, y la leyenda negra que lastra la fama de un hotel francés, lugar predilecto de los suicidas para quitarse la vida. Como en una novela de misterio, la verdad permanece oculta. “Adrián se interesa por la historia del director de cine porque contiene algo de su propia historia. Ése es el poder de la ficción. Las historias que nos interesan lo hacen porque hablan de nosotros mismos”.

 

La diversidad de personajes se traduce en un batiburrillo estilístico que comprende desde el género epistolar a los cuentos de fantasmas. Igual de variados son los escenarios y las épocas de la trama, que viajan del frente de Aragón en la Guerra Civil a las selvas amazónicas. Tampoco faltan numerosos homenajes literarios a autores como Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges o Miguel de Unamuno. El realismo mágico, por ejemplo, está presente gracias al personaje de la criada Maura, que tiene el don de soñar sueños ajenos.

 

 

En el laberinto argumental de la obra sobresalen dos motivos recurrentes con el mismo peso, el amor y la muerte. “Nunca escribiría una novela sin sentimientos, sin amores, sin celos, sin sensación de pérdida… Me interesa la vida”.