--Midnight Special—

Hay noches que carecen de ámbito, se extienden inmensas en una oscuridad imposible

y sin límites conocidos, como esta. Hace apenas unos días, Frank y Danilo no sabían

nada el uno del otro. Podría decirse que ambos no son tan diferentes, físicamente

hablando. Son curiosos, a veces, ciertos parecidos entre personas sin parentesco alguno.

Similares estaturas, semejante color de pelo –el cabello de Danilo es más abundante y

largo--, ojos castaños. Frank es siete años mayor, eso es cierto, y en otro tiempo, no

tanto tiempo atrás, hubiera sido notablemente más corpulento que Danilo, pero ahora

está muy delgado, secuelas de su enfermedad, y eso les hace aún más parecidos. Ambos

llevan diez días viéndose, de forma esporádica, aunque Frank ya había espiado a su

futura víctima durante una semana antes de mostrarse. Le hizo fotos, le filmó, hasta

logró algunas muestras de sus huellas dactilares. Había que asegurarse, confirmar la

identidad al cien por cien, no fiarse sin más de los primeros ojeadores, quienes habían

dado con el rastro de Danilo, remitir los datos a los que le habían enviado, aguardar el

visto bueno para actuar y rematar la faena. Rematar. Un profesional como él no podía

equivocarse de objetivo, acabar así su carrera, con un error garrafal, trágico e infamante,

porque este va a ser su último trabajo. Punto final. Lo sabe él, lo saben quienes le pagan

desde hace diez años por realizar semejantes encargos. Esta vez van a premiarle

especialmente, una suerte de despedida, una buena tajada, una gratificación extra por los

buenos servicios prestados durante tanto tiempo.

Frank está enfermo, muy enfermo. El último tratamiento no funcionó y el pronóstico

es ya irrevocable. Él no lo ha comunicado a sus jefes, todo ha tratado de llevarlo con

gran discreción, entre encargo y encargo, pero esos se acaban enterando de casi todo.

Esta vez, incluso han accedido a pagarle por adelantado bastante más de lo convenido

en otras ocasiones –hasta ese extremo se fían de él--, una cantidad que, por sí sola, le

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arreglaría la vida a cualquiera –la vida--, y el resto, como de costumbre, se lo entregarán

al acabar, cuando Danilo ya esté muerto. ¿Para qué querrá tanto dinero ese otro

condenado?, se habrán preguntado esta vez esos jefes. ¿Quizás para pagarse un lujoso

hospital privado donde pasar sus últimos días colmado de atenciones? ¿Para tener luego

un funeral digno de una estrella del rock?

Frank es un lobo solitario, no tiene familia, que se sepa --esos lo sabrían--, no se le

conocen amoríos recientes, apenas trata ocasionalmente con prostitutas. Tampoco tiene

aficiones caras o extraordinarias, nada de coches lujosos, vacaciones en paraísos

caribeños, ni ruleta ni naipes. También en esa falta de ostentación ha demostrado

siempre ser un profesional de fiar. Es un tipo casi ascético, frugal con la comida --claro

que, ahora, la enfermedad y la medicación le han arrebatado el comedido apetito del que

antes gozaba— y nunca fue un bebedor afanoso. Su única afición conocida es la

música. Concretamente, el jazz. Nadie sabe de dónde le viene semejante pasión, porque

eso es sin duda, quién se la inculcó, pero es que hay cosas que no tienen explicación.

Posee una colección importante de viejos vinilos, grabaciones legendarias, como

incunables del jazz, que con el tiempo ha ido replicando en su totalidad, pasándola a

otros formatos más sofisticados y duraderos, añadiendo constantemente nuevas estrellas

rutilantes a ese universo de interpretaciones predilectas. Como puede permitírselo, ha

llegado a recorrer miles de kilómetros en poco tiempo con tal de no perderse según qué

concierto irrenunciable, y suele frecuentar por medio mundo ciertas salas de renombre

donde, a su juicio, se interpreta buen jazz. Parece que Frank es exigente, muy exigente.

Un público nada fácil. Ya es mala suerte que su último trabajo sea para matar,

precisamente, a un músico. A un músico de jazz.

Danilo es pianista y hará cosa de nueve meses recaló en un local llamado Midnight

Special, procedente de ninguna parte, y fue contratado por el dueño del establecimiento

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para incorporarse, provisionalmente, a la banda estable del lugar. Al parecer, el anterior

pianista del grupo les había dejado plantados hacía bastante tiempo, pero el grupo se

había adaptado sin problemas a actuar sin piano, como un trío solvente, batería,

contrabajo y el saxo tenor del propio dueño del Midnight. Danilo apareció en el local

quizás en un momento propicio, con un curriculum difuso, pero con un talento

indiscutible a cuestas. Le contrataron inmediatamente, e hicieron bien porque pronto se

corrió la voz por la ciudad entre los buenos aficionados, que comenzaron poco a poco a

llenar el establecimiento, atraídos por aquel músico excepcional. La provisionalidad de

su estancia, no más de un año a lo sumo, la había impuesto el propio Danilo, alegando

su talante nómada, su voluntad de recorrer el mundo sin tregua, como un navegante

solitario que solamente amarra su velero para descansar un tiempo del mar, al resguardo

de un puerto, ganar algo de dinero con un trabajo ocasional y volver a zarpar de nuevo.

Al avispado propietario del Midnight Special no se le escapó que la bella metáfora del

navegante no era sino para encubrir la índole del huido. Le pareció evidente que Danilo

huía de algo, y de navegante solitario, nada, porque Viviana, su pareja, le acompañaba

en su periplo –ella se dejaba ver alguna noche por el Midnight— y, por cierto, parecía

llevar peor que el pianista aquel trasiego constante; sus ojos delataban más el temor a

ser alcanzados por quienes fuesen que les persiguieran, antes que el placer del perpetuo

viaje, libres de ataduras duraderas. Viviana no era feliz de aquel modo, pero estaba

dispuesta aún a seguir a Danilo sin demasiadas condiciones, a la espera de que algún día

acabase aquel éxodo. El dueño del local disimuló sus reservas, sus serias dudas. En una

situación normal jamás habría pasado por alto sus sospechas, ni contratado a un músico

sin una documentación completamente en regla –tal vez falsa— y explicaciones más

que peregrinas acerca de su procedencia. Pero le había concedido el beneficio de la

duda y le había oído tocar. <<Ya que estás aquí, toca algo para nosotros. Ahí tienes el

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piano. Suelo afinarlo regularmente, por si acaso. Pero no te prometo nada, ya te he

dicho que funcionamos muy bien como trío. >> Entonces, ya toda prevención quedó

desarmada, rendida, no podían dejarle marchar así como así, olvidar que le habían

escuchado, renunciar a que un músico semejante tocara alguna vez en el Midnight

Special, durante el tiempo que fuese. Además, aquel saxofonista y líder de la banda era

un romántico proclive, no obstante, a hacerse trampas a sí mismo. ¿Qué cosa tan terrible

podía haber hecho un artista como aquel?, se preguntó zarandeándose las últimas

reticencias.

Frank era uno de los que sabía lo que había hecho Danilo, aunque sin excesivos

detalles, porque casi nunca se los daban ni a él le interesaban. Hacía cosa de dos años,

Danilo trabajaba en una banda estrella que actuaba en los locales más reputados de Las

Vegas, contratado por los mismos que también tenían a sueldo a Frank y a otros como

él. Parece que ni los artistas sublimes son inmunes a la codicia humana. En algunos de

aquellos locales selectos en los que actuaba Danilo, se realizaban pases privados al

comienzo o al fin de reuniones entre grupos que allí fraguaban negocios y alianzas,

como quien proyecta la conquista de un reino o la consolidación de un imperio. A

Danilo le propusieron espiar, aprovechándose de su posición de privilegio. Debido a su

talento era invitado a menudo a tocar, él solo, en alguno de aquellos conciliábulos de

hampones, porque todos habían comprobado que el clima que creaba con su piano, más

allá de que aquellos tipos fuesen más o menos amantes del jazz, era luego de lo más

propicio para afrontar según que asuntos. Todos se sentían de pronto más cómplices

entre sí, como hermanados provisionalmente por la música –el efecto no era muy

duradero--, ciertas rencillas irresolubles quedaban cuando menos aparcadas, el viejo

mito de las fieras amansadas por la lira sublime de Orfeo. Pero siempre aparecen los que

quieren saltarse las reglas y jugar sucio. Así que a Danilo le tentaron y Danilo traicionó

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a quienes le pagaban cada mes –muy bien--, a favor de quienes le sobornaron, una vez,

pero por mucho dinero. Sin duda, pensaba Frank, el pianista no supo calibrar en lo que

se metía realmente, o estaba de deudas hasta las cejas. Danilo tenía en aquellos locales

el paso franco a todas partes, como un ídolo, nadie le cacheaba, casi no le tocaban ni

para estrecharle la mano, aquella mano que, junto a la otra, obraba maravillas con el

teclado. Su única misión fue la de introducir allí, conectar y situar estratégicamente un

artilugio grabador que, mientras el tocaba o durante las pausas, pudiera registrar algún

comentario significativo, algún retazo de conversación que otros pudieran luego

descifrar con provecho. Todo eso podía no haber dado fruto alguno pero, al parecer, lo

dio. Las consecuencias de aquella traición, de aquellos datos transferidos, fueron de un

alcance que Danilo no hubiera imaginado. Quienes le habían sobornado le aconsejaron

desaparecer, cambiar de identidad incluso –le proporcionaron un pasaporte falso, como

un premio final— y llevar luego aquella vida errante durante un tiempo, hasta que se

olvidaran de él. Esas cosas –le mintieron— acababan por caducar. Fue un nuevo error

creerse eso. Frank sabía perfectamente que algunas cosas y para según quién no se

olvidan ni caducan tan fácilmente, no tanto por pura venganza estéril, sino por fría

didáctica, un mensaje que se debía enviar a futuros delatores, traidores y demás

infractores de las reglas. Aquella era la verdadera finalidad de semejantes

<<ejecuciones>>, un aviso para navegantes, un intento de vacuna. Aquellos castigos

sonados eran esenciales para según qué cuestiones con las que no se debía jugar.

Hace dos días que Frank ha recibido la confirmación por parte de sus jefes. Danilo es

su víctima, sin la menor duda, sin margen de error posible. Quienes le localizaron la

primera vez hicieron bien su trabajo. Así que ya puede actuar cuando él lo disponga,

aunque dentro de un plazo inexcusable. El adelanto ya ha sido depositado en el banco

habitual de cierto paraíso fiscal. Frank ha pensado hacerlo en un callejón lateral que hay

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junto al bloque de apartamentos donde se aloja Danilo. Ahí permanece un rato el

músico cada madrugada, al regresar del Midnight tras la actuación, para fumarse a solas

un último cigarrillo antes de subir a la tercera planta del bloque A, puerta F. Esa

metódica costumbre la comprobó Frank durante su espionaje, no menos metódico. Casi

nunca le acompaña Viviana durante esos minutos –ella no fuma--, ni siquiera cuando

acude también al local para asistir a la actuación. Sin embargo, si esa circunstancia se

diera, imprevisiblemente, en la noche señalada –la compañía de la chica en el callejón--,

Frank sabe que deberá matar también a Viviana, así es este trabajo, qué se le va a hacer,

tiene sus normas.

Así que Frank lleva dos días demorando su último encargo. Se ha acostumbrado a

acudir al Midnight Special cada noche, como un aficionado más, para asistir a la

actuación del grupo. Ya le reconocen los camareros –corre un riesgo inútil en eso,

inusitado en él— y le saludan con la simpatía dedicada a los asiduos. Danilo es un

músico excepcional, ha pensado el exigente Frank, desde el primer día en que le oyó

tocar. En su trabajo no se puede pensar, como ahora lo hace, no se debe. Hay que

calcular, programar, prever, comprobar –otras modalidades de pensamiento--, pero nada

más. Sin embargo, desde hacía diez días, en el Midnight Special, cuando tocaba la

banda, con la incorporación de Danilo, algo sucedía, algo que había decidido no evitar,

no tratar de controlar aún, posponer su truncamiento una o dos noches más, tres a lo

sumo. Eran los solos de Danilo, de eso estaba seguro. Le hablaban y hablar es pensar.

Le hablaban como si aquel músico supiera cosas de él que nadie más supiera, alguien

que le conociera desde siempre, que pudiera desmenuzar sus recuerdos, pulverizarlos

incluso para hacer con ellos otra cosa, con esa arena, algo en lo que él se quedaba

vagando y como perdido, en ese desierto, pero a la vez volviendo a casa. Eso o algo

parecido solamente lo había experimentado Frank escuchando a los más grandes del

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jazz, a los grandes, grandes, de verdad, y en grabaciones no siempre de impecable

calidad. Hasta entonces, nunca lo había experimentado en una actuación en directo.

El tiempo pasa, se agota, noche tras noche, para Danilo, para él. Se va a ir de este

mundo matando –piensa Frank, de nuevo piensa cuando no debía hacerlo--; ¿de qué otra

forma si no?; ¿no es ese su trabajo o lo ha sido durante tantos años? Cuando el dueño

del local no toca el saxo con su grupo suele estar tras la barra buena parte de la noche.

Frank le preguntó en una ocasión si no existía alguna grabación de aquellas actuaciones

extraordinarias, sabiendo perfectamente la respuesta: que toda aquella música nacía y

moría allí cada noche, improvisada, imprevisible siempre, hablándole a él y a nadie más

que a él de un modo que luego, en su recuerdo, también se desvanecía con apenas la

promesa de otra noche más, quizás. Al coleccionista de grabaciones excelsas le costaba

asumir aquello, la esencia misma de la música. Tal vez había especulado con llevarse un

recuerdo de aquel último encargo. <<No sólo no está grabada –respondió aquel

saxofonista--, sino que cada noche puede ser la última. Ese pianista del demonio se

niega a que grabemos algo en condiciones, y además puede dejarme plantado de una

noche para la otra, sin avisar, sin despedirse siquiera. Ya me previno al llegar. Lo

acepté. Lo aceptamos todos, ya sabe por qué si viene cada noche. Se largará un día, se

desvanecerá y esta música, sus malditos solos, será como si nunca hubieran existido. Y

le prevengo que en esta casa, que es la mía, están prohibidas las grabaciones piratas. En

eso soy muy estricto. Lo siento amigo. Si le gusta, disfrútelo mientras pueda. >>

Unos minutos más tarde, aquel hombre de barba gris salió a escena para presentar a su

banda, para iniciar una nueva actuación y, quizás con la breve conversación mantenida

con Frank en mente, contó lo que solía contar de vez en cuando y que los verdaderos

asiduos sabían de memoria: el motivo por el que había bautizado su local de aquel modo

cuando lo inauguró. <<Se trata de un homenaje, señoras y señores. Cuenta la leyenda

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que Huddie Ledbetter, un mestizo de madre cherokee y padre afroamericano, compuso

la canción titulada Midnight Special a mediados de los años veinte del siglo pasado,

mientras cumplía condena nada menos que por homicidio. Huddie, en el estribillo de

esa canción, ruega que nada ni nadie le impida ver pasar a lo lejos el tren especial de

medianoche que, durante un instante fugacísimo, iluminaba su oscura celda de

condenado, apenas con un destello: “Let the Midnight Special shine a lihgt on me”. Y

también. “Dejad que el especial de medianoche me ilumine con una luz eterna”. La

leyenda continúa diciendo que Huddie llegó a obtener el indulto, el perdón del

gobernador del estado de Texas, por cantar como cantaba, acompañándose de su

guitarra. El perdón, amigos –aquí, aquel hombre sonrió--. No hay nada como el perdón.

Decidí que era un buen nombre para un local de jazz. Así que, como son ya casi las

doce de la noche, vamos a arrancar hoy con una versión de ese mítico Midnight Special,

en homenaje al lejano prisionero que lo compuso. >>

Así que ha llegado la noche definitiva, no hay más demora posible. Quienes pagan

habían fijado un plazo que ya ha sido rebasado ampliamente. Frank no suele permitir

que eso suceda, salvo por causas muy justificables. Tiene su huida lista. Será fácil esta

vez, extremadamente fácil, mucho más de lo que había pensado en un principio. Ha

acudido, como cada noche, a presenciar la actuación de los músicos, pero ya sabemos

que esta noche es especial, que carece de ámbito y esa inmensidad inabarcable

solamente podría llenarla la música. La música de Danilo. Una vez más se ha sentido

reconocido y, a la vez, anónimo y olvidado. <<Pianista del demonio>>, había dicho el

saxofonista dueño del local. Frank ha aguardado el fugaz destello de libertad de media

noche, pero este no ha llegado esta vez. Hasta los genios pueden tener un mal día, o una

mala noche. Qué importa, se ha dicho Frank, quien lo haya visto, ese destello, aunque

solamente sea una vez, ya ha escapado para siempre.

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Antes de que acabasen los aplausos, él ya había pagado su última copa en la barra del

Midnight Special y se ha apresurado en busca del coche de alquiler para llegar a cierto

bloque de apartamentos antes que Danilo. No había visto a Viviana en el local, por lo

que ha supuesto que ella se había quedado en casa, como solía hacer tantas veces. Ha

subido las escaleras en silencio hasta el tercer piso del bloque A y ha introducido un

sobre por debajo de la puerta F. Luego ha vuelto a bajar y ha aguardado escondido en el

callejón.

Danilo ha tardado algo en llegar. Quizás se había entretenido bebiendo algunas copas

con sus compañeros tras el último pase. Se ha detenido donde siempre, exactamente

donde siempre, un lugar del callejón que parecía estar marcado con tiza, y ha encendido

el último cigarrillo. Cuando Frank ha surgido de su escondrijo de sombra, curiosamente,

Danilo casi no se ha sobresaltado --quizás sí iba algo bebido--, y ha reconocido, pese a

todo, al hombre que de pronto le encaraba, de verlo por el Midnight. Ambos jamás

habían intercambiado una sola palabra. Ha sido Frank quien ha aclarado la situación,

que no podía, no debía durar: << He venido a matarte. Tu novia tiene toda la

información que precisáis. Quizás a estas horas, si te espera levantada, ya haya

encontrado el sobre y haya leído la nota. Ahí está todo cuanto necesitáis saber y un par

de pasaportes falsos muy convincentes. >> Luego, Frank ha sacado su revólver con

silenciador y se ha disparado en la boca, porque algunas cosas no tienen explicación.

Autor: Juan José Flores

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